Suscripciones Algarabía: Experiencia de usuario.

Mal y tarde...
Sucedió por fin: todo comenzó un día en el que me encontraba más misántropo que de costumbre, era diciembre del año pasado y la gente atiborraba los centros comerciales, deseosa de comprar, comprar y comprar. No me malentiendan, a mi modo soy tan cerdo capitalista pequeño-burgués como el que mas, pero mi concepto de hacinamiento es más estricto que el del ciudadano común, y me caga la madre que la gente me toque sin que yo esté de acuerdo. En fin, ahí estaba el viejo G a las nueve de la mañana de un día de entre semana,  haciendo fila en un centro comercial, sólo con un par de revistas en la mano, mientras la multitud vagaba entre los pasillos dividiéndose en cardúmenes y navegando de forma aleatoria para unirse de nuevo en las cajas. Terminé harto. Alguien inadvertidamente me había tocado el trasero y eso era más de lo que estaba dispuesto a soportar. Decidí suscribirme a las pocas revistas que leo con regularidad y de este modo evitar ese suplicio mensual.



Algarabia es una revista con aspiraciones, aspira provocar adicción y tan es así que hasta han creado un término para describir esa situación hipotética, el término, mitad trabalenguas, mitad broma es: algarabiadicción. Tal terminajo no deja de llamar la atención. ¿Por qué? Porque como es bien sabido, la capacidad de provocar adicción de una sustancia, crack, por ejemplo, en gran medida se condiciona por la velocidad con que ésta llega al sistema nervioso central, actuando sobre él, provocando un refuerzo positivo, con un posterior bajón por la abstinencia y ansia de nuevo consumo, lo que nos da un refuerzo negativo. El crack, tras ser inhalado tarda unos cinco segundos en llegar al cerebro, sus efectos duran entre tres y cuatro minutos, y en cuanto estos se desvanecen la sensación de quiero-más-quiero-más, es, según dicen, esclavizante. Sería la droga perfecta, o casi perfecta, si no provocara (antes o después) la muerte del usuario. En el caso de Algarabía  las cosas son muy diferentes, tarda entre dos y tres semanas en llegar a su destino, habitualmente cuando el usuario, más o menos encabronado, se ve forzado a hablar al departamento de suscripciones, y amenazar por tercera o cuarta vez en lo que va del año, con nunca volver a suscribirse, arrojarse de un puente o mandar un poco de ántrax a sus oficinas. Entonces, el envío se realiza por mensajería exprés y se puede disfrutar de la bendita revista al día siguiente, pero, en serio, ¿es esto realmente necesario?  Tal situación disminuye el placer a la hora del consumo, refuerzo negativo en vez de positivo, ya que el lector, todavía medio encabronado porque la puta revista nunca llega a tiempo, lee con aire crítico cada uno de los artículos, y no se deja envolver con estupefacta inocencia por las palabras, sino que gruñe, patalea y da mordiscos (v.g. nada más absurdo que suponer que un país, cualquier país, es más o menos beligerante por la cantidad de armas por familia que poseen los habitantes A. 88). Esto, por supuesto, no puede ser bueno para el negocio, menos aún si a ello añadimos que tras leer de cabo a rabo el número, te invade la absoluta certeza de que el mes siguiente se repetirá de nuevo el ciclo. Si Algarabía fuera una droga, ya habría cambiado mi dealer, es decir, la disponibilidad para el consumo es mínima y cuando ésta debería estar a la mano no recibes el producto. Luego, cuando finalmente llega a tus manos, el  prolongado síndrome de abstinencia que te ha provocado el no recibir tu dosis mensual te sumerge en un estado hipercrítico que te impide disfrutar del producto: refuerzo negativo, tras refuerzo negativo, tras refuerzo negativo. De seguir así, la única consecuencia es que el consumidor, el supuesto adicto, pues, desengañado, abandone para siempre el vicio y, como todos sabemos, no hay nada peor que un pecador arrepentido.

Este post ha sido enviado a cartas@algarabia.com.

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