Inocencia, de Dea Loher.


Dirección: Bruno Bert

Reparto:

Fadoul: Guillermo González

Sra. Habersatt: Lourdes Cristina Guerrero Calvillo

Madre de la Víctima: Sra. Zucker: Carolina Pimentel

Padre de la Víctima / Helmut / Suicida 1 / Joven Doctor: Daniel Loyola

Lizzete Cervantes: Ella / Rosa / Mujer del mar

Raul Mendoza: Franz

Karla Miranda: Absoluta.

Hay tres cosas que me gustan del centro nacional de las artes: la primera; el publico en su mayoría, no es pretencioso, no merodea por el lugar dándose aires o haciendo públicos (al mayor volumen posible, claro) sus agudos comentarios, es decir la proporción de gafapastas per capita es menor que en otros lugares como el centro cultural universitario, por ejemplo. La segunda; que al tratarse en su mayoría de jóvenes actores destilan un entusiasmo y ganas de agradar únicos, y tercero, que en la mayoría de las funciones la entrada es gratis, o a precios reducidos... además de que no pagas estacionamiento y esto es particularmente agradable cuando eres un infeliz sin consciencia al que no le importa quemar preciosos combustibles fósiles, incrementar el calentamiento global y matar a la ultima foca bebe tan solo para evitar quemar unas cuantas calorías.

Ahora viene lo mas difícil; comentar una obra que debido a su argumento, o tal vez ausencia de el, una obra que da la impresión de que mas que contar una historia pretende evocar una serie de emociones en el espectador. Durante la representación se nos van mostrando escenas que se antojan inconexas, sin seguir una linea argumental definida, dentro de un escenario mas bien mínimo, y con esporádicas proyecciones de material audiovisual, una vez mas impresiona el no querer contar una historia, sino simplemente transmitir sensaciones como el miedo, la confusión, soledad, abandono o una ausencia de pertenecía, tal vez simple vació. No se si es lo que pretendía la autora, no lo se y tampoco me importa, pero puedo afirmar que lo consigue, y que los actores contribuyen a que así sea. Mención especial merece Guillermo González en el papel de Fadoul, el ingenuo inmigrante africano que por casualidad se encuentra con una bolsa llena de dinero, o Raúl Mendoza en el de Franz, aquel necrofílico aprendiz de seductor que con tanta ternura embalsama sus cadáveres, o Lourdes Cristina Guerrero, en el de la señora Haberssat, un personaje que roza la psicosis, haciéndose pasar por la arrepentida madre del ciudadano cero en turno. Y todos todos los demás, ya que durante las casi dos horas de duración de la obra en ningún momento esta parece pesada, simplemente es como si se deslizaran las escenas en rápida secesión a veces sin conexión aparente, a veces finamente hilvanadas, pero en ningún momento decae el interés de la audiencia. En resumen; muy recomendable.

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