CATARSIS (1).

A veces uno piensa que tantos y tantos programas de seudodivulgación científica deberían de estar prohibidos. Lo he pensado muchas veces, mientras saco las vísceras de un cadáver, vísceras aun calientes, brillantes y resbalosas que es mejor sujetar con un pedazo de tela, lo pienso mientras lentamente las desprendo con ayuda de un bisturí con hoja desechable, lo pienso, también, mientras con delicadeza las coloco dentro de una bolsa color amarillo huevo, meto esta en una caja, y deposita esta dentro de un coche de alquiler, lo pienso mientras las tiro en alguno de los desagües abiertos que aun encuentras en la ciudad observo como unas cuantas ratas gordas y torpes, se acercan a comer y comer el contenido de la bolsa.

El problema es el adn, siempre el adn, a veces, a pesar de ser minucioso hasta las lágrimas este silencioso hijo de puta alza un dedo formado por nucleótidos y te acusa, logra que te encierren de por vida, es tan pequeño, y es tan fácil pasarlo por alto. Y esto lo descubrí un día, mientras estaba echado en la cama, dándole sorbitos a una cerveza caliente y viendo en televisión uno de esos escandalosos programas gringos de crímenes resueltos, por enésima vez ese hijo de puta lograba encarcelar a otro desdichado. Entonces lo pensé: “no matas a una persona, debes matar a su adn, no dejar ni una puta huella de ese adn, desnaturalizalo”. Sonaba muy fácil, pero en esos programa nunca importaba que tan asidua fuera la limpieza, usaban luminol y revelaba la incriminadora mancha de sangre, o encontraban una colilla decigarroy surgía el adn acusador. El problema no era fácil, pero tampoco era imposible, sabemos como se compone, sabemos k juntas se entrelazan y forman el código, solo hay que borrarlo. Y en eso, pensé en las namomaquinas, y que mejor nanomaquina que un virus, o unjodido prion, una maquinita de von neumman creada con biotecnologia, y que coma ADN. Acabe la cerveza de un sorbo, puse algo de música y me quede dormido.

Al día siguiente desperté con una sonrisa, la garganta adolorida, y la lengua reseca, fui al laboratorio como todos los días e hice mi trabajo con la eficacia habitual, mi jefe, un gordo insensato, forrado con una impenetrable capa de pétrea adiposidad, se acerco a mi caminando con un extraño vaivén, y murmuro algo sin importancia. Estaba a punto de marcharme, cuando descubrí que en la sala B, donde se refrigeran los contenedores, alguien había cerrado la gaveta donde coloque mis muestras el día anterior, introduje mi clave, y ese puto firmware de seguridad (mitad biométrico, mitad alfanumerico) se negó a abrir la puerta. Como soy un poco estúpido busque ayuda en mi inmediato superior, quien incapaz de tomar una decisión le paso la llamada a su secretaria, quien sin la menor reflexión, me autorizo a abrir el contenedor haciendo uso de la fuerza. Las muestras debían ser analizadas durante la noche, o el proyecto se retrasaría en su totalidad. Con gran diligencia, y un cortador láser manejado por uno de los estólidos guardias de seguridad, derribe la puerta, bloquee las alarmas y cumplí mi cometido.

Por la mañana me llego una cuenta plagada de ceros en la que la empresa reclamaban la reparación de los daños por mi ocasionados.

Funcionaba muy bien, ¿sabes?, como un virus penetraba la membrana de cada una de las células del huésped, luego, penetrando las ribosomas, mitocondrias y núcleo se auto-replicaba con brutal eficacia, acabando con toda huella de ADN, tras lo cual como cualquier virus que valga la pena, reventaba la membrana celular e invadía las células mas cercanas. Y, por supuesto, esto evitaba por completo la identificación por medio de ADN.. como medida de seguridad decidí que solo debería de actuar sobre tejido ya muerto. En el peor de los casos meexfoliaria por completo, pero no me mataría. El trabajo sucio seria a la antigua.

Por razones de presupuesto no había cámaras de seguridad, tan solo los identificadores de entrada, así que llegue temprano al trabajo, y lo espere sentado frente a su escritorio. Apenas se sorprendió al verme, y casi no reacciono cuando estrelle el cenicero de metal con forma derin de auto en su gorda frente. Con el primer impacto reboto, apenas cortando la piel y con un sonoro bong a la hora de morder su cráneo. Ni siquiera perdió el conocimiento. Solo sangro con abundancia mientras con un gemido se llevaba las manos a la frente, agachándose dolorido dejo al descubierto la nuca, y esta vez usando todo mi peso deje caer de nuevo el cenicero, se escucho un satisfactorio crujido y me sentir como un bárbaro del norte en medio del campo de batalla, esta vez perdió el conocimiento, y con rapidez coloque una lona impermeable por debajo realizando muchos cortes de vacilación y un solo corte rápido de izquierda a derecha (era diestro), con dirección oblicua ascendente en el cuello, observando con alegría como fluía (rojorojo) la sangre de la herida, vi como se formaba con rapidez el charco de sangre debajo de su corpachón, y se separaban los tejidos del cuello formando un tierno triángulo que me dejaba disfrutar de su desnuda anatomía. Después de eso simplemente esparcí el virus que devoro con alegría cualquier rastro de adn. Y con ayuda de una polea que coloque en el techo, lo puse patas arriba y de un solo corte desde el pubis hasta el cuello le vacié las vísceras, las coloque en la bolsa amarillo huevo del carrito de limpieza, y luego con un poco de brutalidad seccione las articulaciones mas grandes, y corte los huesos,empaquetandoles en una bolsa negra atada con cinta adhesiva, cada una formando un paquete perfectamente rectangular de unos cinco kilogramos y pegando una etiqueta autoadherible con mi nombre en la parte superior los apile uno por uno en el pequeño carro de la correspondencia. Luego limpie la sangre. Invisible para el ojo humano, visible con luminol, pero sin una sola célula muerta con ADN en toda la habitación. Ni siquiera mis células descamadas podrían traicionarme. Los paquetitos quedaron en la sala refrigerada donde se guardan mis muestras, las entrañas, hígado, riñones, cerebro, etc. cumplieron un fin mas noble engordando ratas. Y cada semana me llevaba uno de los paquetes, lo despellejaba en casa, y haciendo finos cortes sacaba un par de kilos de bisteces para el comedor de indigentes local, después de todo, no me gusta ver sufrir a la gente.

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