El error es como el alcohol: uno
enseguida se da cuenta de que ha ido demasiado lejos, pero en lugar de
tener la sensatez de detenerse para limitar las secuelas, una especie de
rabia cuyo origen es ajeno a la ebriedad le obliga a continuar. Ese
furor, por raro que pueda parecer, podría llamarse orgullo: orgullo de
clamar que, pese a todo, hacíamos bien en beber y teníamos razón al
equivocarnos. Persistir en el error o en el alcohol adquiere entonces
categoría de argumento, de desafío a la lógica: si me obstino, significa
que tengo razón, piensen lo que piensen los demás. Y me obstinaré hasta
que los elmentos me den la razón: me volveré alcohólico, tomaré partido
a favor de mi error, esperando a desplomarme bajo la mesa o a que se
burlen de mí, con la vaga y agresiva esperanza de convertirme en el
hazmerreír del mundo entero, convencido de que al cabo de diez años, de
diez siglos, el tiempo, la Historia o la Leyenda acabarán dándome la
razón, lo cual, por otra parte, ya no tendrá ningún sentido, ya que el
tiempo lo relativiza todo, ya que cada error y cada vicio vivirá su edad
de oro, porque equivocarse o no es siempre una cuestión de época.
De
hecho, las personas que se obstinan en sus equivocaciones son místicos:
porque saben perfectamente, en su fuero interno, que están invirtiendo a
largo plazo, que estarán muertos mucho antes de la revisión de la
Historia, pero se proyectan hacia el porvernir con mesiánica emoción,
convencidos de que les recordarán, de que, en el siglo de oro de los
alcohólicos, alguien dirá: "Fulano, asiduo de bar, fue un precursor", y
que, en el apogeo de la Estupidez, les rendirán culto.
El Sabotaje Amoroso - Amélie Nothomb.
Comentarios
Publicar un comentario
Los comentarios alimentan este blog, el pobre esta muy flaco, así que si no te apetece ver un famélico blog mas deambulando siniestramente por la web ¡comenta!