Eduardo Galeano: encuentro con sus lectores.

Voy caminando por el pasillo de un centro comercial, a mi derecha en una casa del libro, en una de las paredes de cristal, casi en una esquina y como avergonzado de si un cartel dice: Eduardo Galeano. Encuentro con sus lectores.  Y yo que nunca he sido nada ególatra pienso: "Mierda, pero si vino de tan lejos... no lo puedo desairar, ¿por que carajo no me habrán avisado un poco antes'"



Llegue al centro cultural universitario a las cuatro de la tarde. J me esperaba y caminamos de la mano hasta la vera del restaurante Azul y Oro. En esos momentos la fila ya era grande. Pero teníamos hambre, así que nos sentamos ante la mesa, tomamos café, charlamos y comimos algo del sobrevaluado menú. A las cuatro con cuarenta caminamos hacia la fila. Y se extendía hasta la esquina... luego se extendía por un estacionamiento, y bajaba muy coqueta por una estrecha escalera de concreto para continuar por otro estacionamiento el cual rodeaba casi hasta la mitad. Nos formamos. Esperamos. Alguien anuncio que los becarios (Bécalo y otros) pasaban primero. Enfurecí. Exigí que se hiciera un rápido examen oral que demostrara tu devoción por Galeano... Aunque dentro de mi cabeza nadie hizo caso. Me resigne. Esperamos. La fila avanzaba, lento primero, y luego en rápidos intervalos. Pensé, que la puta fila sufría espasmos. Me desesperé. Me encabrone. Comencé a ofrecer sacrificios a los dioses paganos. Me arrepentí. Ofrecí sacrificios a las deidades judeo cristianas. Me volví a arrepentir. La fila avanzaba muy despacio. Amenace, otra vez dentro de mi cráneo, a los dichosos diosecillos, lance juramentos y realice un esfuerzo supremo para no comenzar a gritar como un loco mientras me arrancaba los pelos, me mordía las uñas y me arrancaba las ropas en una ultima gira universitaria de despedida a mi puta cordura. Y avanzo la fila. Y una decena de personas se encontraba delante de mi. J, dijo, bueno, si solo alcanza uno, debes de pasar tu. Y yo, cabrón malagradecido como soy, pensé, pero no dije, pues claro que debo de pasar yo. En lugar de eso, y para no decir algo demasiado  brusco, respondí entre dientes con los ojos desorbitados y un hilillo de saliva plateada corriendo por mi comisura labial izquierda: Seguro que alcanzamos a pasar los dos, Amor. Después de lo cual pasaron treinta segundos y duraron mil siglos. Mil siglos durante los cuales maldije a la pareja de ancianas desvergonzadas que delante de mi habían colado a un par de jovenzuelas, a la capacidad de la Sala Nezahualcóyotl, y a casi todos los que me rodeaban, hasta que justo cuando estaba a punto de hundirme en una espiral descendente de autocompasión y rabia el tipito de la entrada anuncio que había quince lugares mas. Y pase. Y fui feliz. Extraordinariamente feliz. Pero es que yo no tengo nada en contra de los superlativos.




A vuelo de teclado.

La voz de Galeano no suena como suena dentro de mi cabeza. Suena mejor. Si algo me queda de la escasa hora de lectura es que de ahora en adelante habrá pasajes de sus obras que para siempre sonaran con acento de Galeano dentro de mi cabeza. Es este tipo de cosas por las que no se puede pagar, por las que no se debería de pagar. Lo malo, eso si, es que la sala Nezahualcóyotl se redujo a dimensiones infinitesimales. Galeano era demasiado grande para la diminuta sala, le haria falta, digo yo, al menos el estado Azteca.

PS.

Tome vídeos de mala calidad con una cámara digital de casi toda la lectura, sin embargo, esos cabrones de Youtube dicen que tengo mala reputación, que soy un cabrón, quejumbroso, malhablado y que me folle a sus benditas madres, por eso no me dejan subir videos de mas de quince minutos. Mendigos. En fin, es lo que hay.  Ah, bueno, espero subir un mp3 pronto.






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