Disfrute robando correspondencia, era un niño de cuarto o quinto grado y todos los días regresaba de la escuela primaria caminando solo a casa, el camino de vuelta era una celebración, celebrabas la liberación de la escuela, y la liberación de no tener adultos vigilando cerca. Eras dueño de ti, mientras caminabas esos quince y veinte minutos de regreso a casa. Era tiempo de hacer cosas malas, de rayar un auto, bajar el aire a un neumático, o reñir con algún niño estúpido que te desagradaba. Eran buenos tiempos.
Y un día, no sé muy bien porque comencé a robar correspondencia. Era una casa bonita, con una reja metálica pintada de blanco, muy baja, los rayos del sol brillaban de forma llamativa a través del buzón y sin pensarlo ni un poco metí mi mano, saque un puñado de cartas, y elegí una, el sombre era blanco, y la dirección estaba escrita a mano. En ese entonces ya leía todo lo que caía en mis manos: novelas, revistas, comics, cualquier cosa, pero nunca había experimentado la malsana alegría de apropiarme de un conocimiento ilícito. No sabia que existía nada así, no sabia que podía procurarme placer... leí la carta, y después seguí robandolas, cada semana se repetía la misma historia, salia de la escuela, pasaba por la casa, metía, goloso, la mano en el buzón y extraía la carta. Cada carta era una serie infinita de reproches, cada uno mas agrio que el anterior, y entrelineas contemplaba las desavenencias de un matrimonio malavenido, aunque era joven y no comprendía del todo las palabras usadas, si que sabia que cada vez eran mas y mas violentas las palabras que el corresponsal usaba en cada nueva carta, hasta que al final, leí, con asombro y con duda como el esposo reclamaba, exigía, una respuesta, la respuesta que fuera, a las cartas que había enviado, y que yo tenia guardadas en el cajón de las revistas. Sentí miedo. Miedo de que me descubriera de alguna magia manera,y me encontrara y de forma terrible dejara caer su ira justificadamente sobre de mi, sentí miedo, y no supe que hacer, pero el miedo, ceso tan pronto como empezó, me recordé que era un ladrón muy avezado y que siempre guarde las precauciones que me exigua el oficio, así que deje de temer, pero, por si acaso, y solo por si acaso deje de robar cartas, no fuera a ser que siguiera contribuyendo a joder un poco mas unas vidas que ya de por si estaban jodidas.
Leo las cartas de Owen a su amada Dionisia y tengo un fuerte Deja Vu, me recuerdo regordete y vestido con uniforme de primaria, mirando hacia todos lados, y deslizando mis dedos en el buzón de un casa con la reja blanca, y un jardín de pasto muy verde.
PS.
He disfrutado mucho con esta recopilación de cartas, hay frases realmente memorables, y es muy fácil dejarse envolver por la prosa del autor. Me recuerda un poco a Vasconcelos, por el encanto que le puede imprimir a cada parrafo y por como despierta una complicidad inmediata con el vouyeur (lector). Un libro imprescindible que da ganas de ser leído en voz alta.
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