Juicio Oral

Y ahí estoy agotado. Pase la noche sin dormir, son casi las tres de la tarde y me encuentro a las afueras de un juzgado. Siento los ojos como si estuvieran llenos de arena, mis parpados están hinchados, y pesan. Quisiera quedarme tendido en la banqueta, y luego meterme debajo de un auto. Seguro que hace menos calor bajo su sombra, pero en lugar de eso camino con cierta indecisión hacia la entrada del juzgado. Hay dos tipos de seguridad: flacos, desfajados, enarbolan sus detectores de metales, de forma fálica, amenazante. Se dirigen de forma grosera hacia la gente. Creen que tiene poder, y solo son unos achichincles, por completo prescindibles. Paso junto a ellos y los ignoro, me siguen. Volteo a verlos como si fueran transparentes, y deliberadamente me tomo mi tiempo en contestar, me dejan pasar, y me dirijo al mostrador.



Estoy sentado, la silla esta diseñada para ser incomoda. Pero eso no me importa, he dormido en lugares peores, así que tan solo me relajo y cierro los ojos. Me comienzo a quedar dormido. Y mientras lo hago pienso en porque estoy aquí: vengo como testigo a un juicio oral, ese mentado sistema fue impulsado por diversos grupos, y, en teoría buscaba volver eficiente, y justa, la administración de justicia en México. Su fracaso es evidente para cualquier persona que lea el periódico: tasas de impunidad del 90 por ciento, cifras negras de denuncia escandalosas, fabricación de casos, encubrimiento sistemático de las matanzas de los agentes del gobierno, y un largo etcétera. Y allí estoy en la antesala del infierno, esperando ser engullido por el sistema.



Abro los ojos con desgana. Una película acuosa los recubre, y a lo lejos, veo de forma borrosa una gorda figura peculiar camino hacia la entrada del juzgado. Un judío ortodoxo. Con bastón y con bombin. Bueno, no, con sombrerito judío ¿Burkha?, ese sombrerito circular que usan para no ofender con su calva cabeza al dios de los judíos, el sujeto, con una barba cerrada envidiable que de forma inevitable me recordó al vello púbico de una mujer negra, camina, con aire decidido, pisando fuerte y haciéndose notar, mientras que yo bostezo sin disimulo, y le veo venir. Entra a la sala que me toca. Genial. Es de los abogados de la defensa. Me voltea a ver y vuelvo a bostezar, su mirada insolente me hace desear escupir al piso, pero reconozco lo impropio de mi conducta y me contengo.



Subo al estrado, a jurar frente a un ejemplar de la constitución empastado, con el nombre del dueño grabada en letras doradas, y cursivas en el frente del tomo: "Lic Relumbron" se lee, y me acuerdo que en este país un titulo universitario del CESCIJUC basta para llegar a Juez. Bueno, eso y vastas cantidades de sobornos, lambisconeria, y sometimiento degradante. En fin, el señor lic Juez es un tipo apacible, regordete, con un cierto aire porcino, y ojos acuosos. No señores, los jueces en México no tienen voz de trunea, frentes altivas y miradas severas, cuando los miras de cerca es mas facil que los imagines con estreñimiento crónico que administrando justicia.
Ya estoy allí, frente a un ejemplar de la constitución, y la bandera de los estados unidos mexicanos, y el juez inicia su diatriba; bla, bla, bla, identificado, bla, bla, bla, decir verdad,bla, bla, bla, pena de multa. Me aburre. Pero disimulo el hastió que me provoca. Hasta que me siento. El Fiscal me interroga, pero no le dejo hacer… expongo el motivo de mi presencia allí, tras su segunda pregunta, fecha, hora, que es lo que sé con relación al juicio, y luego bostezo.
El abogado judío, de la mafia judía, salido del sinedrin, sionista, fanático, y demás cosas malas feas, y perversas del mundo, me voltea a ver, y me comienza a preguntar
- ¿Usted es experto en…? ¿Cual es su experiencia en…? ¿Conoce a [autor del siglo pasado que solo los abogados piensan que esta vigente]? El tipo piensa que me ha tirado una buena dentellada, pero en lugar de contestar que sí, como el espera, en lugar de eso le respondo: No, no tengo el gusto. El abogado me lanza una mirada cargada de odio, yo disimulo una sonrisa por lo bajo. Pero no esta dispuesto a ceder, al pequeño Judio hijo del rabino Rabinowitz no lo criaron para darse por vencido con facilidad.
- ¿Conoce el libro del dl [XXX]?
- Si.
- ¿Lo ha leído?
- No.
- ¿Como es posible que siendo experto en la materia no haya leído el libro del Dr [XXX]?
- Es posible porque el libro del Dr [XXX}, fue publicado el siglo pasado, esta obsoleto, cuando termine la licenciatura ya era viejo. Yo no lo recomiendo ni para estudiantes de pregrado. Creo que los únicos que lo llen en la actualidad son los que no conocen la materia, los abogados por ejemplo.
El gran judio, se siente ofendido. Cree que le he llamado ignorante desactualizado, en realidad le he llamado hijo de puta pretencioso, pero su imaginación no da para más. Ha visto el trapo rojo, y se prepara para embestir…
- ¿Entonces usted ha dicho que es mejor que el dr [XXX]?
- No, no he dicho eso.
- Claro que si, lo acaba de decir.
- No, no es cierto. Usted miente.
- ¿Me ha llamado mentiroso?
- Si.
En este momento el abogado de la defensa, bufa, su rostro colorado se congestiona, y falta poco para que coja vuelo y me de un tope, entonces pregunta, con torpeza.
- ¿Qué responda, si o no el testigo si es mejor que el dr [XXX]?
Durante quince segundos me sorprendo. ¿Mejor? Bueno, seguro que soy mejor que él en muchos aspectos. Estoy vivo para empezar. Eso ya es algo. ¿Pero quien se atrevería a erigirse en juez de los muertos? ¿Como responder a esa pregunta? Dudo, pero todo pasa tan rápido que mi reacción no puede ser mas espontanea. Giro los ojos hacia atrás, suplicando al supremo que le brinde un poco, solo una diminuta pizca de inteligencia a los pobres abogados. Pero es mala idea, el juez me dice, con su voz de juez, esa voz terrible que hace que tiemblen los panecillos en el oxxo, y las asistentes de sala tiren las fotocopias ante su aguerrido paso, pues el juez me dice algo, y no me acuerdo que. Algo así como que no “poner caras”, un regaño mas digno de un maestro de kinder que de un Juez. A lo cual yo le ofrezco la mas hipócrita de mis disculpas. De todos modos, el contrainterrogatorio esta agotado. El pobre judio solo pregunta un par de cosas mas, desganado, hasta que me liberan. Y justo, cuando le doy la espalda al juez y a las camaras del juzgado, miro directamente al abogado de la defensa judío, y dibujo la palabra “P U T O”. El pobre esta tan azorado que no atina a reaccionar.




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